La revista del instituto y Cuarto Creciente cuentan, sin duda, con buenos colaboradores. Gracias también a Tomás por enviarnos su relato para que sea publicado en nuestro blog.
Del autobús salió Juan, un chico de piel morena de unos veinte años. Tenía el pelo moreno rizado, una cara redonda, unos ojos negros como los botones a juego de una camisa oscura. La nariz pequeña y respingona que estaba entre dos mofletes rechonchos. Una boca grande con unos labios muy gordos, la boca relucía gracias a los dientes tan blancos que se encontraban en su interior. Era muy alto, más o menos de 1.90 m de altura. Yo la primera vez que le vi, ni siquiera le miré a la cara porque tenía miedo de aquella envergadura. Era bastante gordo, lo que aumentaba el miedo que yo sentía y el de cualquiera que pasara a su lado. Casi siempre vestía sudaderas y pantalones de colores fríos y unas zapatillas a juego. A menudo se le veía muy cansado porque, además de estudiar por las mañanas en la facultad de Sociología de Somosaguas, trabajaba por las tardes en una cafetería que estaba en la estación del metro de Aluche. Trabajaba porque, aparte de pagarse los estudios, tenía que mantener a su novia y a su hijo de un año de edad, lo que hacía aún más difícil la idea de estudiar. Vivía con estos dos en el barrio obrero de Vallecas.
Un día, volviendo del trabajo en metro, se encontró a 5 cabezas rapadas, nazis, neonazis, como queráis llamarlos, en el vagón del metro. Estos empezaron a insultarle y a llamarle todo tipo de injurias como, por ejemplo: negro de mier…, pu… negro, etc., sin que les importara que había gente delante y aunque no la hubiera. Este, sin dudarlo, se bajó en la siguiente estación sin decirles nada. Estos también se bajaron en la misma estación. En la estación no había absolutamente nadie, lo que les permitió atacarle violentamente después de que se cerraran las puertas del vagón. Estos primeros le empujaron acompañando los empujones con insultos y preguntas del tipo: ¿Por qué no te vas de este país, eh, negrata? ¿Qué haces aquí quitándonos el trabajo? etc. Hasta que uno de ellos le sacudió con tanta fuerza que cayó al suelo. Este, sin decir nada, se levantó con valor y con el miedo superado y empezó a pegarles uno a uno. Iban cayendo como moscas. Después de que Juan pegara con mucha violencia al último que quedaba, se largaron corriendo como unos cobardes dejando a su quinto amigo a su suerte. Cuando vio que aquellos ignorantes se largaban, dejó de pegar al chaval y se levantó. El muchacho estaba en el suelo con la cara empapada de sangre y casi inconsciente. Justo en el momento en el que Juan se levantó venía el metro. Cuando el tren se paró, esperó a que se abrieran las puertas, entró en el vagón, cansado, y se sentó en el primer asiento libre que vio. Después de que las puertas se cerraran y ya con el tren en movimiento, Juan se hizo una pregunta: En esta sociedad en la que vivimos, en la que cada persona es libre de ser como es, que no importa el color de piel ni la etnia de la que provienes, ¿cómo es que sigue habiendo personas a las que no les guste eso, que se creen que por tener la piel blanca son mejores?
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Ser tolerante y respetar a tu prójimo no cuesta, tan solo hay que intentarlo y superar esa barrera invisible que hay entre nosotros. Porque al fin y al cabo, no nos diferencia lo que ves fuera sino lo que sientes cuando conoces a una persona por dentro.
Tomás Dadal
1 comentario:
Cuando un relato dice tanto por sí solo, sobran casi los comentarios. Ojalá desaparezcan todas las "barreras invisibles" de las que hablas, está en nuestras manos: somos nosotros los que creamos esas "barreras" y, por tanto,los que podemos hacer que desaparezcan.
Hagamos que desaparezcan.
Un relato bien escrito y con mucho fondo, muy bien, Tomás.
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