El tesoro de cartón
De nuevo al despertar veo aquella calle ruidosa. Qué dolor de espalda… los bancos no son cómodos para descansar. En fin, basta ya de tanto dormir y pongámonos a buscar el desayuno. Recojo mi bolsa de mano y reanudo mi camino hacía algún contenedor de algún supermercado. Esta calle ruidosa y tan transitada me da bastante que pensar; al ver a todos los ejecutivos con tanta prisa, trajeados y apestando a perfume con clase, me pregunto si de verdad merece la pena ese ritmo de vida, sin tiempo para disfrutar de las pequeñas cosas por un fajo de billetes. Quizás mi ropa andrajosa, mis guantes agujereados, mis zapatos parlanchines y mi extrema delgadez les conmueve el corazón, pero a mí me conmueve el corazón lo engañada que vive la gente, pensando que es mejor pillarse un atasco con un Land Rover, que caminar despacio bajo el sol de primavera…
Al ver al personal de seguridad del supermercado pierdo el hilo de mis pensamientos, pero desgraciadamente se oyen más mis tripas que mis pensamientos. Me acerco al contenedor, sigiloso, con precaución, todos los vagabundos sabemos que, por estética, no podemos hurgar en los contenedores de grandes supermercados. Claro que me pregunto si dirían lo mismo si viviesen una semana en la calle. En fin, he llegado al contenedor, un contenedor amarillo, del que no se divisa el fondo. Me pongo a hurgar, pero mi hambre es mayor de la que podía imaginar, y mi mente sólo es capaz de concentrarse en lo bien que sienta un buen desayuno. ¡Bingo! ¡Unas magdalenas caducadas! Las guardo entre mis ropas, pero de pronto siento cómo una mano me agarra fuertemente de la chaqueta. Me giro para ver quién es. No me da tiempo a pensar en nada más cuando... ¡ZAS! La misma mano golpea mi cara, caigo al suelo redondo. Como puedo me levanto y hago lo que suelo hacer en estas situaciones: correr.
-¡Cómo te tengo que decir que no vuelvas más, indigente! -se oye a lo lejos.
Sin embargo, estoy contento: hoy tengo desayuno. Aunque, la verdad, me duele bastante la cara. Voy dando un paseo hasta un parque bastante tranquilo que se encuentra a unas dos manzanas y, poco a poco, me vuelvo a sumir en mis pensamientos. Recuerdo el orfanato, los desayunos calientes y mis compañeros. También recuerdo a Manu, mi compañero de cuarto, y su guitarra; tocaba espléndidamente. Me encantaba tocar la guitarra. Todavía recuerdo la primera vez que me dejó cogerla. Parecía complicadísimo dar un acorde, pero en escasos años ella se dejó domesticar y, por fin, las notas comenzaron a danzar, mientras mis dedos marcaban el compás; todo ello traducido en un ballet de sentimientos, creando en mí la mayor sensación de bienestar y satisfacción. Ay… cómo añoro esa sensación. Aunque sin comerlo ni beberlo, como una tormenta espontánea, se empieza a repetir en mi cabeza una frase, una frase que me dijo una vez mi profesora de Lengua: “No te rindas nunca, la vida no es más que un camino, un camino lleno de peligros, tristezas y alegrías, pero justo en ese camino radica la verdadera felicidad”. Como si de una melodía se tratase, aquella frase se repite día tras día, hora tras hora, minuto tras minuto…
Hasta que un día al azar, sin dejar de tararear la magistral frase, comienzo a buscar cartones. He encontrado enormes cajas, de las que, sin dudarlo, me adueño. Vuelvo a recorrer, calle arriba, aquella ruidosa avenida, a la espera de encontrarme con el supermercado; pero esta vez, en vez de dirigirme al cubo de basura, entro por la puerta principal. Aquello parece un mundo aparte, es increíble, jamás hubiera imaginado algo así, tenía un vago recuerdo de alguna compra, pero no de esta bestialidad. Continuando con mi propósito, me hurgo en el bolsillo, increíblemente conservo 2€ que en una ocasión una señora adinerada me dio, posiblemente para limpiar su conciencia. Sabía que algún día me servirían de algo. Compré un bote de pegamento de oferta, que costó 1,96€. Al salir del supermercado empiezo a plantearme si no hubiese sido mejor gastármelo en comida, pero la frase magistral vuelve a mi cabeza.
Por fin llego a mi particular vivienda. Mi callejón estaba inundado de cartones. Rebusco en mi bolsa de mano y doy con mi cuchillo del pan; comienzo a cortar, medir, pegar… A la mañana siguiente, me acerco a un contenedor de escombros y doy con una antigua coqueta; quito los tornillos y voy en busca de hilo dental, para ello acudo al dentista.
En la manzana contigua, hay una clínica, me dirijo hacía allí. Hoy la gente no me parece tan estúpida, simplemente estoy feliz. Al llegar el dentista, muy amable me presta atención y, al ver mis aterradores dientes, me regala el hilo dental que tanto ansío.
Llego de nuevo a mi guarida y me pongo manos a la obra. Hago tiras similares de hilos, trenzo, atornillo, enredo… No me lo puedo creer: suenan campanas de victoria en mi interior. Ya no me queda absolutamente nada, pero tengo una preciosa guitarra de cartón e, increíblemente, produce leves sonidos. Jamás sonará como una verdadera guitarra, pero... ¡¡¡he conseguido una guitarra!!!
Los días pasan más rápidamente y comienza el otoño, se nota la llegada del frío. Hoy es uno de esos días que amenaza tormenta, pero sigo feliz con mi pequeño tesoro. Mi manejo con ella ha mejorado. Mi día transcurre como cualquier otro… pero es hora de buscar un resguardo para la noche. Lo más llamativo es un contenedor. Junto con mi guitarra me adentro en uno que admite cartón, se está muy calentito y, si llueve, protegeré mi pequeña razón de existencia. Me duermo plácidamente. En mis sueños danzan las notas musicales y las guitarras se dejan doblegar por mis manos: todo es perfecto. Pero mi sueño se ve afectado por un calor inhumano. Al abrir los ojos, veo fuego a mi alrededor y el humo me está asfixiando. No obstante, lo primero que hago es buscar la guitarra. Todavía intacta, la agarro entre mis brazos e intento salir, pero la salida está taponada. Grito, pido ayuda, pero sólo se oyen risas y voces llamándome desecho social. El humo me va adormilando, pero jamás soltaré a mi princesa. Sé que me estoy muriendo, pero en mis últimos segundos, abrazo a mi sueño hecho realidad, abrazo a lo que fue mi felicidad, y me voy con mi pequeño tesoro.
Al ver al personal de seguridad del supermercado pierdo el hilo de mis pensamientos, pero desgraciadamente se oyen más mis tripas que mis pensamientos. Me acerco al contenedor, sigiloso, con precaución, todos los vagabundos sabemos que, por estética, no podemos hurgar en los contenedores de grandes supermercados. Claro que me pregunto si dirían lo mismo si viviesen una semana en la calle. En fin, he llegado al contenedor, un contenedor amarillo, del que no se divisa el fondo. Me pongo a hurgar, pero mi hambre es mayor de la que podía imaginar, y mi mente sólo es capaz de concentrarse en lo bien que sienta un buen desayuno. ¡Bingo! ¡Unas magdalenas caducadas! Las guardo entre mis ropas, pero de pronto siento cómo una mano me agarra fuertemente de la chaqueta. Me giro para ver quién es. No me da tiempo a pensar en nada más cuando... ¡ZAS! La misma mano golpea mi cara, caigo al suelo redondo. Como puedo me levanto y hago lo que suelo hacer en estas situaciones: correr.
-¡Cómo te tengo que decir que no vuelvas más, indigente! -se oye a lo lejos.
Sin embargo, estoy contento: hoy tengo desayuno. Aunque, la verdad, me duele bastante la cara. Voy dando un paseo hasta un parque bastante tranquilo que se encuentra a unas dos manzanas y, poco a poco, me vuelvo a sumir en mis pensamientos. Recuerdo el orfanato, los desayunos calientes y mis compañeros. También recuerdo a Manu, mi compañero de cuarto, y su guitarra; tocaba espléndidamente. Me encantaba tocar la guitarra. Todavía recuerdo la primera vez que me dejó cogerla. Parecía complicadísimo dar un acorde, pero en escasos años ella se dejó domesticar y, por fin, las notas comenzaron a danzar, mientras mis dedos marcaban el compás; todo ello traducido en un ballet de sentimientos, creando en mí la mayor sensación de bienestar y satisfacción. Ay… cómo añoro esa sensación. Aunque sin comerlo ni beberlo, como una tormenta espontánea, se empieza a repetir en mi cabeza una frase, una frase que me dijo una vez mi profesora de Lengua: “No te rindas nunca, la vida no es más que un camino, un camino lleno de peligros, tristezas y alegrías, pero justo en ese camino radica la verdadera felicidad”. Como si de una melodía se tratase, aquella frase se repite día tras día, hora tras hora, minuto tras minuto…
Hasta que un día al azar, sin dejar de tararear la magistral frase, comienzo a buscar cartones. He encontrado enormes cajas, de las que, sin dudarlo, me adueño. Vuelvo a recorrer, calle arriba, aquella ruidosa avenida, a la espera de encontrarme con el supermercado; pero esta vez, en vez de dirigirme al cubo de basura, entro por la puerta principal. Aquello parece un mundo aparte, es increíble, jamás hubiera imaginado algo así, tenía un vago recuerdo de alguna compra, pero no de esta bestialidad. Continuando con mi propósito, me hurgo en el bolsillo, increíblemente conservo 2€ que en una ocasión una señora adinerada me dio, posiblemente para limpiar su conciencia. Sabía que algún día me servirían de algo. Compré un bote de pegamento de oferta, que costó 1,96€. Al salir del supermercado empiezo a plantearme si no hubiese sido mejor gastármelo en comida, pero la frase magistral vuelve a mi cabeza.
Por fin llego a mi particular vivienda. Mi callejón estaba inundado de cartones. Rebusco en mi bolsa de mano y doy con mi cuchillo del pan; comienzo a cortar, medir, pegar… A la mañana siguiente, me acerco a un contenedor de escombros y doy con una antigua coqueta; quito los tornillos y voy en busca de hilo dental, para ello acudo al dentista.
En la manzana contigua, hay una clínica, me dirijo hacía allí. Hoy la gente no me parece tan estúpida, simplemente estoy feliz. Al llegar el dentista, muy amable me presta atención y, al ver mis aterradores dientes, me regala el hilo dental que tanto ansío.
Llego de nuevo a mi guarida y me pongo manos a la obra. Hago tiras similares de hilos, trenzo, atornillo, enredo… No me lo puedo creer: suenan campanas de victoria en mi interior. Ya no me queda absolutamente nada, pero tengo una preciosa guitarra de cartón e, increíblemente, produce leves sonidos. Jamás sonará como una verdadera guitarra, pero... ¡¡¡he conseguido una guitarra!!!
Los días pasan más rápidamente y comienza el otoño, se nota la llegada del frío. Hoy es uno de esos días que amenaza tormenta, pero sigo feliz con mi pequeño tesoro. Mi manejo con ella ha mejorado. Mi día transcurre como cualquier otro… pero es hora de buscar un resguardo para la noche. Lo más llamativo es un contenedor. Junto con mi guitarra me adentro en uno que admite cartón, se está muy calentito y, si llueve, protegeré mi pequeña razón de existencia. Me duermo plácidamente. En mis sueños danzan las notas musicales y las guitarras se dejan doblegar por mis manos: todo es perfecto. Pero mi sueño se ve afectado por un calor inhumano. Al abrir los ojos, veo fuego a mi alrededor y el humo me está asfixiando. No obstante, lo primero que hago es buscar la guitarra. Todavía intacta, la agarro entre mis brazos e intento salir, pero la salida está taponada. Grito, pido ayuda, pero sólo se oyen risas y voces llamándome desecho social. El humo me va adormilando, pero jamás soltaré a mi princesa. Sé que me estoy muriendo, pero en mis últimos segundos, abrazo a mi sueño hecho realidad, abrazo a lo que fue mi felicidad, y me voy con mi pequeño tesoro.
Sara Tomé
6 comentarios:
No tengo palabras.. Es impactante, me gusta mucho! =)
Ojalá la gente solo se conformará con ser feliz sin importar las superficialidades.
Emocionante e Impactante, como dice Carol. Me ha gustado mucho.
que bonito Sara! tu con tus relatos como siempre, me encantan :)
ola compañeraaas!!!veo que todavia cuarto creciente sigue jejeje mu bonito el relato jeje si puedo un dia me acerco a ver si puedo veros besos!!
Saludos a Luis desde la luna, esperamos que todo te vaya fenomenal allí donde estés. En Cuarto Creciente siempre tendrás tu huequito, no lo olvides y no nos olvides.
Maravilloso como siempre...Bueno que ya sabes que escribes muy bien pero te lo vuelvo a decir...
Os he echado muchisimo de menos a todos UN BESO!!!!!!!
Me alegro mucho de que siga el blog.
Un besazo profes
sois los mejores
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