26 de octubre de 2009

Hace tiempo dije que el que no resiste un tipo de abuso como es el abuso escolar y acaba cometiendo el suicidio es alguien que no es fuerte mentalmente. Me gustaría pedir perdón y justificar mi respuesta escribiendo un historia inventada cuyo protagonista tiene 16 años, de nombre Alberto, con cierto grado de insatisfacción y miedo hacia al instituto y también cierto miedo a desvelar esa verdad que le rodea.

Alberto tiene miedo a gritarle al mundo entero lo que tiene que aguantar, sufrir y vivir, pero sabe que no puede hacerlo porque será ese mierda que dicen que es o, peor aún, que es un chivato de mierda, un hijo de puta que no tiene amigos y un sinfín de insultos más que dejan la moral de una persona por los suelos. Y no hablando de los empujones, caídas al suelo, escupitajos a la cara, puñetazos y agresiones físicas, que hacen que él mismo se diga que eso no es lo que más le duele, que no puede pensar en ello, que no puede dejar que una cosa como esa le deje perjudicado la mayor parte del día, pero no, se engaña. No tiene a nadie a quien contarle lo que sufre, porque sabe que si se lo desvela a alguien intentarán ayudarlo revelando la verdad y señalando con el dedo a los culpables, los cuales más tarde irán a por él. Su madre no sospecha nada. ¿Cómo va a sospecharlo si nunca habla con su hijo y su hijo nunca le habla? No le habla porque teme que se le escape algo y entonces… sus sentimientos le dejan sin palabras a la hora de hablar cara a cara con alguien.
Las lágrimas aguantan en las pupilas, las ganas de irse de este mundo siguen avanzando como avanza un ciclista hacia un puerto montañoso, lento pero con fuerza.
Al fin y al cabo, ¿qué es lo que le queda? Una casa, una familia, una mente maravillosa... porque lo que se refiere a las notas, son estupendas, pero eso ya no importa. ¿De qué le sirve tener un hogar y cabeza si no puede con unos abusones que le hacen la vida imposible? Él tiene su filosofía, una filosofía que le dice que no sea como ellos y que no les devuelva la misma moneda. Pero aun así, cada día se para enfrente del instituto con un nudo en el estómago para demostrarles que no tiene miedo, aunque sienta un temor más grande que el de estar en medio de un desierto y no tener agua alrededor.
Al pasar por los pasillos nadie le dice hola, nadie se para a saludarlo pero, eso sí, percibe la mirada penetrante de los que pasan a su lado. Se siente insignificante, pero ¿por qué una cosa tan insignificante está en la boca de algunos no debiendo estar ni en la boca de un débil murmullo?
El instituto por lo menos a él no le parece la misma monotonía de todos los días, como dicen los chavales de su clase. ¿Cómo le puede parecer lo mismo si un día lo que recibe son insultos delante de todo el mundo, otro unos empujones y al siguiente una pequeña paliza? Y así es como empieza todo en su cabeza, con pequeñas pero a la vez grandes preguntas. Y él mismo se da cuenta de que todo lo que tiene en su cabeza en determinados momentos son solo preguntas a las que no encuentra respuestas... ¿o sí? No, siguen las preguntas y pensamientos que debilitan más esa mente y aceleran al ciclista. Aunque se sienta perdido, sigue reconociendo el camino y él lo sabe muy bien, solo que poco a poco en ese itinerario aparecen pequeños baches que él no ha visto nunca y que le desconciertan.
Al ver las caras de aquellos que le hacen la vida imposible quiere odiarles, quiere vengarse, siente unas ganas irresistibles de sacar un cuchillo y defenderse, pero es demasiado leal para ir en contra de sus ideales. Incluso a veces se pregunta cómo puede tener ideales y cómo ellos le borran o aclaran la mente de ideas sádicas que podrían dañar a alguien de su alrededor tanto como los elementos mayores de la cadena le lastiman a él.
Ahora me viene a la memoria un día. Un día nublado, lo recuerdo porque era un día en el que Alberto, por motivos que ahora no soy capaz de recordar, se encontraba en la calle. Al mismo tiempo, él, tumbado en su cama, también lo recuerda; recuerda que se paró en un parque a contemplar, si se puede llamar así, los vacíos bancos, los encharcados suelos y el lóbrego ambiente de aquel lugar. Aquel afligido paisaje provocó una débil sonrisa en su cara y, como si nada, bajó la mirada y se dispuso a seguir su camino hacia casa. Aunque la efímera sonrisa desapareció como desaparece una estrella fugaz en medio del estrellado firmamento, de repente Alberto se levantó de la cama y se fue al baño. Lo único que le llevó al lavabo era que ahí había un espejo. Quería mirarse y ver en lo que se había convertido. El recuerdo de esa sonrisa le hizo darse cuenta de que la tristeza despertaba en él felicidad. ¿Acaso se estaba volviendo loco? ¿Era normal eso…? No encontró respuestas, pero esta vez no se debía a que no podía encontrarlas sino a que no deseaba saberlas…
Desde aquel día no se supo nada más de Alberto, ni yo, como el ente que en su cabeza ordenaba todos sus pensamientos, no podía encontrarlo. Pero lo más seguro es que se fuera lejos, al fin y al cabo, tenía 16 años y, con poco que te lo apañes y de acuerdo con las ganas que tengas, te las arreglas. A decir verdad no me importa a dónde se fue, no me importa porque, antes de irse, Alberto ordenó todas sus ideas, todas sus preguntas, y se deshizo de lo que no necesitaba: la preocupación. Se dio cuenta, ante el espejo, de que aquella sonrisa en el parque estaba provocada por la tristeza, la tristeza en la que se hallaba el mundo, la actualidad, la gente; y él no quería que eso continuara, es decir, su aparente maldad. Así recogió las cosas más importantes de su habitación, cogió el dinero que llevaba ahorrando desde hacía 4 años y salió por la puerta. Tan solo dejó una nota a su madre, que además me sirvió a mí para comprenderlo. Aquella nota decía, no en muchas palabras:
“Cuando conoces el camino pesimista, y este nunca acaba, tienes que disponerte a encontrar el optimismo adentrándote en los arbustos, que no son, ni mucho menos, más densos ni peligrosos que los que hasta ahora te has encontrado.”

Tomás Dadal

3 comentarios:

Carol dijo...

Tomás!! Es sobrecogedor.. Es buenísimo y la historia demasiado buena para no ser en algunos casos verdad.. :(

el guardián dijo...

“La vida es como una bicicleta, para mantener tu balance debes mantenerte en movimiento.” (Albert Einstein)

“La vida es como una bicicleta de 10 velocidades. Muchos de nosotros tenemos velocidades que no utilizamos."
(Charles Schulz, 1922-2000, historietista y dibujante)

Muchas gracias, Tomás, por compartir tanto con nosotros.

khadija dijo...

Me ha encantado!! Me has dejado con la piel de gallina...Ojala toda la gente tuviera valor para abndonar el camino del pesimismo y adentrarse en el bosque del optimismo...
Yo por mi parte creo que el optimismo puede ser un bote de salvación en un mar inmenso o un oasis en un desierto, es decir algo dificil de encontrar y por eso tan maravilloso...
Sin embargo el pesimismo es un espejismo que no nos deja ver el oasis...

"Con optimismo siempre se tiene un proyecto, con pesimismo UNA EXCUSA"
adios