- «Dentro de la Poética, querido amigo, se comenta un hecho que me gustaría que aceptaras durante tu andadura vital: aquel beso que se da con los ojos abiertos no es un beso sincero. Tener los ojos abiertos al besar, denota traición. Contemplar el rostro del amado o de la amada mientras se besa es un acto impúdico, preñado de falsedad. La tradición, pues, nos dice que aquel que en alguna ocasión ha besado y, simultáneamente, ha abierto los ojos para fijar su mirada en la cara de la persona a la que le dedica el beso, es un ser humano deplorable.
- Lo siento maestro, pero me da la sensación de que esos comentarios no son sinceros en su totalidad. Disculpe usted tanta arrogancia en esta puntualización, pero considero que el hecho de mantener los ojos abiertos o cerrados a la hora de besar a alguien, no tiene por qué determinar mayor o menor grado de amor e incluso de compromiso.
- Querido amigo, tu juventud te delata. El ímpetu de tu espiritualidad sólo comunica la rebelión de los sentidos, el deleite por el goce emocional y la aventura de los sentimientos. No obstante, esta lección ha de frenar todo este frenesí que te embarga por tu edad. El espíritu se relaciona con gestos como el que te he descrito. Las razones sólo te las podrá verificar la vida y su largo y a veces lento caminar. No he de convencerte de nada. El viaje que transcurre desde tu existencia hasta tu desaparición te proporcionará o despojará de la razón.
- Gracias de nuevo, maestro. A pesar de no participar con lo que usted ampara en esta ocasión, reconozco y acepto el reto. Que mi vida dicte el resultado de esa afirmación de la Poética.»
Después de haber deslizado los dedos suavemente por la hojita taladrada por pequeños agujeritos y dejar aquel fragmento encima de la mesa, Max, el joven invidente, sonrió bajo el humilde tejadillo de su caseta.
- Por favor, ¿me da uno acabado en seis?
- Ahí tiene, señora.
- Muchas gracias, joven.
Max volvió a las meditaciones de aquel extraño relato del beso. Repitió la misma sonrisa e incluso su corazón palpitó, aceleró sus latidos. Se sentía un tanto ridículo, pero a la vez se alegraba de ello. Lo más gratificante de todo era saber que, fuera o no cierto lo que propugnaba aquel viejo sabio griego a su discípulo, él siempre sería sincero cuando diera un beso. Fuera a quien fuese. Siempre. Jamás daría un beso traicionero, un beso puesto en entredicho, un beso manchado por la duda.
Pero también sabía que jamás conocería el rostro de su amada.
- Lo siento maestro, pero me da la sensación de que esos comentarios no son sinceros en su totalidad. Disculpe usted tanta arrogancia en esta puntualización, pero considero que el hecho de mantener los ojos abiertos o cerrados a la hora de besar a alguien, no tiene por qué determinar mayor o menor grado de amor e incluso de compromiso.
- Querido amigo, tu juventud te delata. El ímpetu de tu espiritualidad sólo comunica la rebelión de los sentidos, el deleite por el goce emocional y la aventura de los sentimientos. No obstante, esta lección ha de frenar todo este frenesí que te embarga por tu edad. El espíritu se relaciona con gestos como el que te he descrito. Las razones sólo te las podrá verificar la vida y su largo y a veces lento caminar. No he de convencerte de nada. El viaje que transcurre desde tu existencia hasta tu desaparición te proporcionará o despojará de la razón.
- Gracias de nuevo, maestro. A pesar de no participar con lo que usted ampara en esta ocasión, reconozco y acepto el reto. Que mi vida dicte el resultado de esa afirmación de la Poética.»
Después de haber deslizado los dedos suavemente por la hojita taladrada por pequeños agujeritos y dejar aquel fragmento encima de la mesa, Max, el joven invidente, sonrió bajo el humilde tejadillo de su caseta.
- Por favor, ¿me da uno acabado en seis?
- Ahí tiene, señora.
- Muchas gracias, joven.
Max volvió a las meditaciones de aquel extraño relato del beso. Repitió la misma sonrisa e incluso su corazón palpitó, aceleró sus latidos. Se sentía un tanto ridículo, pero a la vez se alegraba de ello. Lo más gratificante de todo era saber que, fuera o no cierto lo que propugnaba aquel viejo sabio griego a su discípulo, él siempre sería sincero cuando diera un beso. Fuera a quien fuese. Siempre. Jamás daría un beso traicionero, un beso puesto en entredicho, un beso manchado por la duda.
Pero también sabía que jamás conocería el rostro de su amada.
Aníbal Cañas Hoyos
1 comentario:
Muy chulo Mr Cañas!
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