Un día de marzo recibí la visita de un amigo de la infancia. Se llamaba Leo y me pareció que venía a contarme algo muy importante, ya que hacía mucho tiempo que no me visitaba. Llamó a la puerta y yo, como siempre, le invité a pasar. Me alegraba mucho la idea de verle. Desde que se había sumergido en sus experimentos "secretos" no teníamos ocasión de vernos muy a menudo y esa era la razón por la cual me inquietaba su visita.
Habíamos sido grandes amigos en la infancia, ya que teníamos mucha cosas en común (la afición por la ciencia, nuestra manera de pensar y de percibir las cosas) y, de algún modo, nos había unido mucho que los demás niños de nuestra edad no quisiesen acercarse mucho a nosotros y, lo que es peor, no hacían mucho para que la convivencia fuera lo que se dice pacífica. En nuestras huidas nos internábamos en el bosque y así conseguíamos librarnos de los "juegos inocentes" de nuestros compañeros.
Un día, estando solo Leo, nuestros "amigos" decidieron perseguirle. El miedo a lo que podrían hacerle le hizo internarse mucho en el bosque y llegar hasta una pequeña mansión. Desde que puso los pies en ella, nunca volvió a ser el mismo. Desde ese día nuestra amistad se vio un poco afectada y nos fuimos alejando. Él se centró mucho en la ciencia y en lo que a ella concierne y, con el paso de los años, los vecinos del pueblo empezaron a llamarle "el Brujo solitario". Yo cambié de vida y pasé a hacer lo que hacían todas las chicas de mi edad: lavar, cocinar, planchar... Al parecer la ciencia no era cosa de mujeres, pero lo verdaderamente importante fue el porqué de la visita de mi amigo.
- ¿Cómo estás? -le pregunté-. Hace mucho tiempo que no nos vemos.
- Tengo muchas cosas que hacer, me quedan demasiadas por intentar y tengo poco tiempo para terminar -me contestó.
- Eso son tonterías -espeté-. No puedes vivir intentando hacer cosas, la vida es algo más y tú no la estás aprovechando -le aconsejé.
- ¿Y tú sí la aprovechas? -me preguntó.
Se refería a mi cambio. Yo, una mujer luchadora (como él me describía), había dejado de luchar y había aceptado cumplir el papel que todos esperaban de mí.
- La ciencia no es lo mío -concluí.
- Pues sí es lo mío y precisamente de eso venía a hablarte.
Acto seguido cogió una silla y me indicó que me sentase a su lado.
- Tengo algo muy importante que decirte y necesito pedirte un favor... ¿Lo harás?
- No tomemos conclusiones precipitadas... -le dije-. ¿De qué se trata?
- Tú sabes que hace años estuve en casa del viejo alquimista...
Un escalofrío me recorrió la espalda. El alquimista era un hombre viejo que había pasado toda su vida entre cachivaches y trastos. No tenía familia y nadie le lloró el día de su muerte y, de alguna manera, se asemejaba a Leo, era tan solitario... Aunque Leo sí tenía una amiga... yo.
- ¡Eh! -su grito me devolvió a la realidad-. ¡El alquimista era un hombre solitario no un monstruo!
- Claro, claro -le dije-. ¿Qué querías contarme?
Entonces comenzó su relato.
- Tú sabes que yo estuve en su casa la noche que murió, ¿verdad? Me estaban persiguiendo y no tuve más remedio que entrar. Ese día vi al alquimista hacer cosas que yo no había visto jamás, con tanta delicadeza, con un ritmo acompasado... parecía no tener prisa. Sin embargo, advertí a su lado un reloj de arena. No sé por qué tuve una especie de presentimiento... ¿Por qué un hombre que al parecer no reparaba en el tiempo tendría un reloj? ¿Por qué motivo contaba el tiempo? Aquello me preocupó y no pude evitar fijarme más en su trabajo... Movimientos lentos pero hábiles, mirada vacía y sin embargo penetrante y su mente... no sé... me pareció un libro abierto... ¡Aquel hombre estaba buscando algo que cambiaría el mundo! ¡Estaba sacrificando su vida por ofrecerle al mundo la posibilidad de un movimiento eterno, incesante! Estaba tratando de ofrecerle a la humanidad lo que siempre ansió: ¡el movimiento perpetuo! Sentí una gran admiración hacia ese hombre y me pregunté: ¿Por qué no ser como él? ¿Por qué no embarcarme en un proyecto de semejantes características, que seguramente haría feliz a mucha gente y haría progresar a la humanidad? Estando ensimismado como estaba se me cayó el papel, el croquis de aquel muñeco que dibujé y al que no pararía de dar vueltas... ¿Lo recuerdas? Bueno, pues se me cayó y aquel hombre sabio lo recogió, lo vio y después me miró... Solo con su mirada me transmitió muchas cosas y entonces comprendí que su vida dependía del reloj y, al mirarlo, me di cuenta de la cruel noticia. Me dio una gran lástima y me dolió mucho su pérdida. Fui a dar la voz de alarma y después lo enterraron. Fui el único que visitó su tumba, el único que lloró por él, y me dio mucha pena que, después de haber dedicado toda su vida a los demás, los demás no le dedicasen ni un día... Entonces me prometí que yo asumiría su labor, sería su discípulo sin haberle conocido y lograría el movimiento perpetuo por él... Ese ha sido el motivo de nuestro distanciamiento, ya que es una labor muy importante y me he dado cuenta de que necesitaba de varias generaciones para llevarse a cabo. Por eso he venido a pedirte un favor que espero que me concedas en nombre de mi amistad.
Yo había seguido el relato sin interrumpir ni una sola vez pero, de repente, me vinieron a la mente montones de preguntas. Al parecer él lo notó, porque me pidió que no me apresurara.
- Solo te pido que continúes la labor que tanto me ha costado y que no quiero dejar sin terminar -en ese momento sacó de su bolsillo un reloj de arena en el que por lo visto quedaba poco tiempo-. Cuando uno intenta lograr el movimiento eterno limita su vida a un simple reloj, ya que ésta no es algo eterno y se ve marcada por el tiempo -me explicó.
- ¿¡Tu vida depende de eso!? -me había alterado mucho, me preocupaba perder al único amigo que había tenido.
- Al contrario -me dijo-. Eso depende de mi vida y por eso sé que está a punto de acabarse, porque al reloj apenas le queda fuerza vital, igual que a mí -dijo con una gran tristeza-. He descuidado mucho mi salud y ahora me está pasando factura... Pero lo que quería decir no es eso... Yo quiero que tú, tus hijos y, si es posible, tus nietos os esforcéis en lograr el movimiento continuo, quiero que termines la obra de mi vida...
Los ojos se me llenaron de lágrimas y no pude negarle nada a mi amigo y llorando nos despedimos. Y yo prometí luchar por lograr el movimiento perpetuo. Le ofrecí quedarse, pero no quiso.
- Debo pasar el resto de mis días intentándolo -me dijo.
Poco después me llegó la noticia de su muerte y, en contra de todo pronóstico, todo el pueblo acudió al funeral. Al parecer lo quería más gente de lo que él pensaba -me dije.
Con el paso de los días empecé a replantearme si sería capaz de conseguir lo que me había pedido, no tenía tanta experiencia como él...
Lo intenté y lo intenté y al final pude afirmar: "La energía no se crea ni se destruye". Pero lo de mis logros científicos y mi cambio (después de todo soy una mujer valiente) merece ser contado en otra ocasión.
¿FIN?
Khadija El Fhal Versión inspirada en Perpetuum mobile
3 comentarios:
Muy bien, Khadija, interesante historia. Seguro que tú también eres una mujer valiente y luchadora, sigue así y llegarás lejos... alcanzando la luna.
Me ha gustado mucho tu historia Khadija!!!
Muy bien khadi. un poquito larga ,pero me ha gustado, sigue así,ahh que me olvido aver cuando me escribes un poema que lo haces muy bien TKM.
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