Nunca tuve una vida fácil, todo lo que tenía era fruto de mi gran sacrificio, pero se podía decir que en ese tiempo las cosas me iban bien. Y un día todo eso cambió.
De la noche a la mañana lo había perdido todo sin haber hecho nada. Mi vida había dado un vuelco, y todas esas preguntas que me surgían eran simplemente una vocecita en mi cabeza. Aquella noticia fue, sin duda, la razón de que mi vida sufriese un giro de 360º. Pero, sin embargo, todo seguía igual a mi alrededor: la gente caminaba como si nada, el sol y la luna seguían haciendo sus intercambios, aquella brisa entraba y salía por la ventana… La vida seguía igual, pero la mía no.
Sabía que aquello había acabado, pero nunca me hice a la idea de que para siempre. Tenía la esperanza de que un día tuviese la suficiente fuerza para acercarme y hablar con él, o quería engañarme y pensar que él lo haría, pero ya era demasiado tarde.
El tiempo, ese era mi problema, demasiado tiempo había dejado pasar, y ya no se podía hacer nada. Un millón de ideas se hacían pronunciar en mi mente pero, al querer decirlas, quedaban en un simple suspiro. No podía más con todo aquello. No había un solo día en que no pensase si fue mi culpa tal vez. Quería irme de esta realidad, de este sufrimiento. Lo único que quería era reencontrarme con él, un poco cobarde por mi parte, pero… ¿Cómo? ¿Dónde? Entonces recordé las palabras que tanto me solía decir: “En algún lugar, sobre el arco iris”.

Ana Torrijos